El ruido de la música intentaba absorverla pero ella era incapaz de desconectar. Allí estaba, plantada en mitad de una multitud euforica mientras sentía que su vida se le escapa de las manos.
Nadie le hacía caso, nadie le pedíaperdón cuando le pisaban, nadie, nadie, nadie... Era invisible a los ojos de la gente o eso creía hasta que levantó la mirada y vio unos ojos observandola.
El delirio le hizo despertarse, no podría creerse que hubiese pasado tres días. Una vuelta en la cama, un pensamiento le pasó por la cabeza «¿y si él no volvía?»
Otra vuelta más, «duérmete,duérmete,duérmete» pero por mucho que lo intentase, solo se le aparecía él.
Estaba en su habitación pensando que así no debía de ser. Muchos le habían hablado de como una simple palabra lo podría cambiar todo, pero ella no creía en esas tonterías ¿cómo una palabra, una mísera palabra iba a ejercer un cambio tan complejo? Pues sí. Un simple "Adiós" hizo que su mundo se viniese abajo.
Un día como otro cualquiera, en un barrio como otro
cualquiera se encontraba una casa que destacaba en medio de una
hilera de pisos hechos al por mayor. La casa tenía un precioso techo
en forma de triángulo (beneficioso para los días de nieve), seguido
por unas paredes de madera de color morado oscuro. Lo que más
llamaba la atención de la casa era una ventana sobresaliente que de
noche si pasabas por allí podrías ver el interior de la vivienda
con todo lujo de detalles. Además la casa iba acompañada de un
precioso jardín delantero que estaba delimitado como no por una
valla blanca de madera. Hacía muchos años que se había construido
la casa y aunque antes habían existidos muchas similares ya solo
quedaba esa, el último eslabón perdido en una ciudad donde lo nuevo
primaba sobre lo viejo. En el vecindario todo el mundo la conocían por el
nombre de “la pequeña uva” y es que desde los imponentes
rascacielos la veías tan, tan pequeña como las personas veían a
las uvas más pequeñas que no se habían desarrollado bien. A la
gente le extrañaba que la persona o personas que viviesen ahí no se
hubiesen dado por vencidas y hubiese cambiado su destartalada casa
por un piso de lujo como los que ellos mismos habían tenido la
suerte de comprar. Si seguimos observando desde arriba vemos una
hilera de rascacielos que se levantan hasta el infinito, ni un
espacio libre dejan para que los árboles puedan respirar en paz,
toda una ciudad grisácea donde el único punto de color lo pone esa
casa morada.